Érase una vez el oeste (2025) Crítica
Qué bien entra un buen western incluso para los que, como un servidor, no tiene mucha costumbre de verlos y Netflix ha arrancado 2025 potentísimo con el estreno de uno que, sospecho, dividirá bastante crítica y público por, precisamente, el querer ir 100% hacia la descripción sin concesiones de lo más horrendo y cruento de la conquista del oeste americano.
De hecho, ‘Érase una vez el oeste‘ (American Primeval) apenas pone notas de optimismo en el drama humano —por alguna razón acabo de acordarme de ‘El clan de hierro‘ en ese relato de tragedia tras tragedia— dentro de un mundo retratado prácticamente sin esperanza. Haberla, hayla, pero en cuanto hay un halo de eso, viene una bocanada de desesperación.
Creada y escrita por Mark. L. Smith (‘El renacido‘) y dirigida al completo por Peter Berg (cuya última serie de Netflix es la apreciable ‘Medicina letal‘) la miniserie coge en ese sentido mucho de la cinta de Alejandro González Iñárritu protagonizada por Leonardo DiCaprio. Es el oeste, los montañeros, los indios, vaqueros, guerras y lo demás en su miseria máxima y crudeza.
Salvajísimo oeste
Compuesta de seis episodios, su punto de partida, en el fondo, no es nada que no hayamos visto antes. Desde luego, la expedición de una mujer (Betty Gilpin) que parte hacia el oeste para encontrarse con su marido podría ser de las premisas más habituales en una obra de este género (y de otros). Como siempre, lo importante no es tanto el cómo comienza sino el cómo se desarrolla y qué pasa alrededor de todo esto.
Ya no hablo tanto del giro (es una mujer con precio por su cabeza al haber matado a un hombre en Filadelfia) sino porque ‘Érase una vez el oeste’ nos sumerge en un episodio atroz de la época, la guerra mormona y episodios como la masacre de Mountain Meadow allá por 1857.
Aquí tenemos una bifurcación de tramas, con la historia de supervivencia de Sarah e hijo acompañados por el personaje de Taylor Kitsch por un lado y los tejemanejes de Brigham Young (Kim Coates), líder de los mormones y gobernador de Utah para hacerse con el control férreo de «Sión» a toda cosa. Una doble trama que a veces se cruzan y a veces no pero que no se resienten ante el económico metraje.
Si bien considero muy bueno el equilibrio entre las dos tramas (nunca te aburre ni una ni la otra), donde más flojea el guion es en el tratamiento de personajes, que apenas logran rascar una tridimensionalidad. Es el caso, sobre todo, de los personajes que no son ni Sarah (Gilpin) ni Isaac (Kitsch). El retrato de Young y sus esbirros mormones son de villanos de opereta, del mal encarnado.
Afortunadamente esto se suple con el buen hacer de los actores. Siempre es un gusto ver a Shea Whigham o Kim Coates (al que me costó reconocer bastante) pero da la sensación de que los papeles son bastante pequeños tanto para Gilpin como para Kitsch.
La verdad es que no hace falta más que unos minutos para saber que ‘Érase una vez el oeste’ no es para todos los paladares. Es tan inmersiva que si no entras te echa. A pesar de esas carencias de guion, si quieres una buena dosis de violencia y miseria, la vas a tener de sobra. La miniserie es espléndida en asaltos, emboscadas, escaramuzas y puñaladas por la espalda entre mormones, un par de tribus indias, el ejército de Estados Unidos, cazarrecompensas y demás pioneros de ese rincón de la nación americana.
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